La persistencia en el error

Miroslava Rivera

CIDE DAP
4 min readApr 14, 2021

Mucho se ha escrito acerca de las causas u orígenes de los errores en los gobiernos y sobre cómo evitarlos o salir de ellos. Sin embargo, una pregunta que aún no ha sido suficientemente contestada es por qué los gobiernos persisten en sus errores aún cuando estos se han hecho evidentes. Lo sensato sería que una vez que se han identificado las fallas se busqué corregirlas, pero la realidad nos muestra bastantes ejemplos donde los gobiernos no solo permanecen en ellos, sino que perseveran en profundizarlos.

Lo motivos son varios. Barbara W. Tuchman (1984), destacada escritora, historiadora y periodista estadounidense, señala que en muchas ocasiones los gobernantes ven entorpecida su actividad racional por pasiones humanas. La ambición, la angustia o los prejuicios los hacen apartarse de la realidad y de sus objetivos iniciales. Esta situación se agrava cuando existe un exceso de poder y de confianza que hacen al decisor incuestionable y lo conducen a un autoengaño. Entonces, las situaciones ya no son analizadas, o si existe un análisis, este se realiza con base en ideas preconcebidas y rechazando toda idea contraria.

La responsabilidad general del poder consiste en gobernar lo más razonablemente posible en interés del Estado y de sus ciudadanos (Tuchman, 1984, p.36). El ejercicio de gobierno debe tener como base el sentido común, la experiencia y la mejor información disponible, además de la aptitud de sus gobernantes para percibir cuándo una política determinada está dañando al propio interés y cambiarla. Por eso, lo que debe ser estudiado con mayor detenimiento no es lo que conduce a los gobiernos a cometer errores, sino aquello que los hace persistir en una política que puede demostrarse que es inviable o perniciosa.

Tuchman llama “inercia” o “estancamiento mental” al hecho de que gobernantes y políticos mantengan intactas las mismas ideas con las que empezaron, negándose a aprender por experiencia. Esta rigidez mental, en un primer momento, fija los principios y los límites que regirán un problema político. Más tarde, cuando las fallas aparecen, los principios iniciales se endurecen y no permiten un cambio en el manejo de las crisis. Lo que conduce a los gobiernos a aumentar la inversión en sus empresas y a proteger el ego comprometido, en lugar de hacer un cambio o desistir ante sus planes.

Desde mi punto de vista, los gobernantes prefieren asumir los daños sociales, que virar sus políticas y aceptar la responsabilidad de sus decisiones. En efecto, reconocer los errores muchas veces no es una opción para quienes ejercen el poder por los costos políticos que implica. También es verdad que se necesitan gobiernos que desafíen a la realidad y tomen riesgos para transformarla. No obstante, igual de importante que lo anterior es que los gobernantes puedan inferir y reconocer cuándo la persistencia en el error se ha vuelto autodestructiva, en tanto existe evidencia de las consecuencias negativas de sus decisiones.

Por un lado, los errores son determinados a partir de un contexto histórico y político, donde los gobiernos fijan sus propios objetivos y fines, lo que significa que son percibidos como contraproducentes en su propia época, y no solo en retrospectiva. Por otro lado, no todos los errores tienen consecuencias negativas para todos los gobernados, ni el resultado último de una política es lo que determina que ésta sea equivocada. La insensatez del gobierno no radica en cometer errores sino en persistir en ellos, pues aún existiendo otras alternativas de acción deciden seguir un curso contrario a sus intereses.

Determinados a no cambiar, los gobiernos insensatos rechazan cualquier alternativa que pudiese mejorar su situación y desdeñan los movimientos de descontento que se pudiesen generar a su alrededor. Por su parte, las personas en el poder, alejadas de la realidad y de la responsabilidad de su cargo, anteponen sus intereses personales al interés público y envueltas en una ilusión de permanencia y supremacía no son capaces de reconocer su propia vulnerabilidad.

Imagen de mohamed Hassan en Pixabay

La persistencia en el error es el problema y corresponde a los gobernantes tener la capacidad de reconocer las señales negativas, de escuchar a las voces disidentes, de revisar sus planes iniciales, de analizar otras alternativas y de ejercer su libertad para hacer cambios en sus políticas de acuerdo con la realidad y con ello evitar el desastre. El panorama puede ser pesimista, pero el gobierno sigue siendo el campo del ejercicio del poder por excelencia y el lugar donde se toman las decisiones que afectan a más personas, por lo que siempre será necesario cuestionar la obstinación en que incurren algunos gobiernos.

Miroslava Rivera es licenciada en Derecho y especialista en Justicia Administrativa por la Universidad Nacional Autónoma de México.

Referencias

Tuchman, B. W. (1984). La marcha de la locura. La sinrazón desde Troya hasta Vietnam. México: Fondo de Cultura Económica.

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Written by CIDE DAP

Investigación y docencia en temas de Administración, Políticas y Gestión Pública.

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